¿Cómo pensar las carencias en la operatoria del Nombre del Padre en las neurosis?(1)
Vanina De Simone.
Lic. en Psicología.
Magister en Psicoanálisis.
En el presente artículo se abordan modos posibles de leer la operación del Nombre del Padre y sus fallas. Para esto, se tratarán casos en los que hay una carencia en la función simbólica. Lo fallido va de la mano de esta función, ya que es el modo en que se posibilita que haya sujeto. Los ejemplos que se toman son paradigmáticos para el psicoanálisis, porque retratan el problema de la carencia paterna en la neurosis. La configuración de la neurosis depende de la operación del Nombre del Padre. En todos estos casos, se trata de una falla en dicha operación. Esa falla, lejos de ser un error, es estructural de la neurosis. La constituye, la funda, la modela.
El Nombre del Padre y lo fallido.
El caso de Freud conocido como El Hombre de los lobos, publicado en De la historia de una neurosis infantil (Freud, 1917) es un caso de neurosis obsesiva, considerado por sus características, como paradigmático en el psicoanálisis.
Lacan, muy temprano en su enseñanza, establece una lectura de este caso para mostrar cuestiones estructurales.
Estas se encuentran desarrolladas en el texto El mito individual del neurótico (1953). Cuando Lacan interpreta el caso de neurosis obsesiva, lo hace articulando el problema del nombre, la función del padre y la religión. Dice Lacan,
Lo que la instrucción religiosa enseña al niño es el nombre del Padre y del Hijo. Pero falta el espíritu: es decir, el sentimiento del respeto. La religión trazaba las vías por las cuales se podía testimoniar el amor por el padre, “sin el sentimiento de culpabilidad inseparable de las aspiraciones amorosas individuales” (Freud). Pero, para el Hombre de los Lobos, faltaba una voz plenamente autorizada. Un padre que encarne el bien, el padre simbólico. (Lacan, 1952, p.6)
Lo que Lacan muestra es que en el caso del Hombre de lobos, hay algo fallido de su función, y sobre eso se asienta todo el caso.
El análisis de este caso ronda en relación a la división entre el padre simbólico, el padre imaginario y el padre real. Es posible hablar del padre en relación a los tres registros desarrollados por Lacan, ya que el padre remite a una función. Y en ese sentido esa función no siempre coincide con el padre de la realidad. Con el caso de Freud conocido como Hombre de los lobos (1917), Lacan explica que cuando el padre real desfallece, hay una llamada al padre simbólico, y que este caso es ilustrativo de esa situación. Cuando el padre simbólico falla, la imago del padre lo suple, una imago que puede tomar características del padre terrible, omnipotente. Estas son versiones del padre que se encuentran desarrolladas en el caso y guían el desarrollo del mismo. Es decir, que ante la impotencia y el desfallecimiento de la función paterna, puede surgir justamente su opuesto: un padre omnipotente, sádico. Esto lejos de ser contradictorio implica una articulación entre dos versiones que se requieren recíprocamente.
Freud con respecto al caso ya había advertido que la vida del paciente estaba dominada por su angustia respecto a su padre, que tomaba forma en una fobia a los lobos. Lacan (1953) dice que la angustia con respecto al padre, no tenía que ver con el padre simbólico, al que de hecho buscaba, sino con el padre imaginario, cuya tipificación está ligada a la escena primaria (Lacan, 1953).
Con respecto a los motivos de la introducción de este significante dirá, “Freud estuvo demasiado identificado a un padre demasiado supremo para poder ser eficaz. Eso deja al sujeto en su circuito infernal. Jamás ha habido padre que simbolice y encarne el Padre, le damos el «nombre del Padre» al lugar.” (Lacan, 1952, p.9). Es decir, un significante que viene al lugar de otro significante.
El Nombre del Padre se enlaza desde un principio a lo que falla del padre simbólico. Por otro lado, es clara la asociación con la religión cristiana. En esta, un dogma es la premisa de que hay un Dios único y verdadero, que se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto es conocido como la Santísima Trinidad, donde son tres, pero esos tres son uno. Comienza así a introducir las nociones cristianas que irá poniendo en tensión con respecto al Nombre del Padre y al Edipo freudiano. En El seminario IV Las relaciones objeto (1956-1957), en la clase del 5 de diciembre de 1956, hablará del Espíritu Santo en relación a la entrada del significante, que vivifica y mortifica a la vez. El significante ligará al ser viviente con la muerte, que marcará el límite inalcanzable del significado.
El caso freudiano del Hombre de las ratas (1909) es analizado por Laca en el texto El mito individual del neurótico (1953). En este, el nombre está ligado al padre, en el significante Nombre del Padre. Del padre, dice Lacan deberá ser el representante de una función, llamada simbólica, culturalmente determinada. La asunción de la función simbólica supondría que lo simbólico recubra lo real. Es decir, implicaría que el padre, no sea solo Nombre del Padre, sino que represente cabalmente el valor simbólico de su función. Este recubrimiento es inaprensible para el sujeto, debido al significante que comporta una falla de estructura. Agrega que el Otro, al igual que el sujeto, falla. No todo puede ser domesticado por los poderes de la palabra, no todo adquiere significados. No hay un Otro que sea a la vez completo y consistente. El padre será siempre discordante en relación a su función, un padre carente, humillado.
(…) esta asunción de la función del padre supone una relación simbólica simple, en la cual en alguna medida lo simbólico recubrirá totalmente lo real. El padre no sólo sería el nombre del padre, sino realmente un padre que asume y representa en toda su plenitud esta función simbólica, encarnada, cristalizada en la función del padre. Pero resulta claro que ese recubrimiento de lo simbólico y lo real es completamente inasible, (…) el padre es siempre en algún aspecto un padre discordante en relación con su función, un padre carente, un padre humillado como diría Claudel (…) En esa desviación reside ese algo que hace que el complejo de Edipo tenga su valor, de ningún modo normativizante, sino generalmente patógeno. (Lacan, 1953, p. 6-7)
Ante la imposibilidad de cumplir la función simbólica del padre, adviene a ese lugar la función del Nombre del Padre. De esta manera puede comprenderse la siguiente cita ya enunciada de El seminario el hombre de los lobos (1952), en donde dice “Jamás ha habido padre que simbolice y encarne el Padre, le damos el «nombre del Padre» al lugar.” (Lacan, 1952, p.9)
La carencia en la función simbólica también es tratada por Lacan en El seminario VI El deseo y su interpretación (1958-1959), así como en El seminario VIII La transferencia (1960-1961). En estos seminarios Lacan toma diferentes ejemplos de la literatura y muestra cómo la falla en la función paterna es constitutiva de la neurosis.
En El seminario VI El deseo y su interpretación (1958-1959) trata las dificultades en las operaciones de la metáfora paterna. La metáfora es una operación correlativa al sujeto del inconsciente, es decir que no hay sujeto sin el funcionamiento de la metáfora. Pero la metáfora paterna no es la única metáfora posible. También existe la metáfora delirante, como en el caso de la psicosis, que adviene al lugar donde hay un agujero estructural. La metáfora paterna es correlativa al síntoma y la neurosis. Todo síntoma depende del funcionamiento de la metáfora paterna. Para tratar lo fallido respecto de esta operación, Lacan toma la figura literaria de Shakespeare: Hamlet.
Para el desarrollo de este punto se tomará la lectura que hace M. D. Zawady sobre el acto y la problemática del deseo en Hamlet en su artículo publicado en la revista de psicoanálisis Desde el Jardín de Freud (Zawady, 2009). En Hamlet, hay un héroe melancolizado en principio por la reciente muerte de su padre. La obra trata, en una de sus aristas, sobre los problemas de Hamlet para subjetivar el duelo de su padre. Todo se complica ante el precoz casamiento de la madre Gertrudis quien, rechazando el duelo por su difunto esposo, se casa con Claudio, su cuñado.
El cuadro se agrava cuando el padre asesinado retorna como espectro. El rey difunto revela entonces a Hamlet que la situación se trata a la vez de una muerte y de un adulterio, refiriéndose a su mujer y al deseo de ésta, pidiéndole que lo vengue. Hamlet mantiene presente el pedido del padre muerto, pero se muestra dubitativo en la concreción del hecho. En numerosas ocasiones ante la oportunidad de asesinar a Claudio y vengar a su padre, decide posponer el acto. En ese tiempo, se da a la mostración de un comportamiento que desconcierta y con el cual indica que son necesarias ciertas condiciones para que el acto pueda ser llevado a cabo.
Freud se refiere tempranamente a Hamlet en la Carta 71 (1897), en la cual afirma que el complejo de Edipo está en el fundamento del drama, pero con modificaciones con respecto a la estructura clásica del Edipo. En La interpretación de los sueños (1900a, 1900b) y en su Presentación autobiográfica (1924) refiere que en Edipo Rey de Sófocles, el protagonista actúa sin un saber consciente sobre lo que lo empuja al acto. En cambio en Hamlet, la posibilidad del crimen edípico, es sabida por Hamlet y trasmitida por el espectro de su padre quien lo empuja al acto de vengarlo.
En el Edipo de Sófocles el protagonista efectúa el crimen sin un saber consciente. En Hamlet el protagonista aplaza la acción. Para Freud, la inhibición es producto de sus deseos edípicos reprimidos, a saber: el parricidio y el incesto.
El sentimiento inconsciente de culpa detiene a Hamlet e ilustra la inserción del complejo de Edipo en el conflicto neurótico.
Lacan concuerda con Freud en la ubicación del conflicto edípico como fundamento del drama de Hamlet; sin embargo, considera que la estructura del mito es incapaz de capturar la inherencia del mismo. Por esto en El seminario VI El deseo y su interpretación, aborda el estudio de la obra, prestando especial atención a la configuración del deseo en Hamlet y estudiando a su vez las coordenadas que el protagonista requiere para acceder al acto. El padre en Hamlet aparece como alguien que deja una deuda impaga debido al crimen cometido contra él, fruto de una traición. Aquí Lacan encuentra una primera referencia, para explicar las dificultades que Hamlet tiene para actuar. Hamlet es entonces el paradigma del sujeto deseante, aquel que sabe y que, sin embargo, no actúa. El autor plantea en principio que Hamlet no ha podido pagar una primera deuda: la deuda que implica el vivir, existir.
EL autor también ubica dos coordenadas cuya conjunción decantan en el aplastamiento del deseo de Hamlet. Por un lado, el empuje de un padre Superyoico, quien revela el crimen y encomienda al sujeto su venganza. Por el otro, la ausencia de duelo en la madre, quien con inmediatez a la muerte del marido, se casa con Claudio. En otras palabras, se evidencia las dificultades en la castración de la madre y las consecuencias sobre Hamlet, quien se ve imposibilitado de ubicar dicha castración. En cuanto al primer factor, ha de recordarse que es por vías de la metáfora paterna, producto de la operación de separación que se hace posible el acto. En Hamlet la función simbólica se ve desdibujada por la aparición pregnante del padre Superyoico. Dicha aparición opaca, obstaculiza, el decurso del deseo e impidiéndole la operación de separación propia del acto. En cuanto al segundo factor, Lacan precisa que el deseo de la madre se precipita para Hamlet sin un punto de detención. Gertrudis se lanza rápidamente a una boda con Claudio, con inmediatez al funeral de su marido difunto. Sustituye así un hombre por otro, desconociendo el lugar del duelo. Si el deseo del hombre es el deseo del Otro, es comprensible que la voracidad del deseo de la madre decante en la anulación del deseo de Hamlet. El incesto en juego allí no es el del deseo por la madre, sino el de la alienación al deseo de la madre. Hamlet con sus actos intenta ubicar una cota, un punto de detención a este deseo, pero no consigue separarse de él, pues se encuentra fijado a la identificación mortífera con el falo materno. Entonces, se concluye que pagar por el crimen de existir implicara hacer el duelo ser el falo de la madre. Ser o no ser es la cuestión, en la medida en que Hamlet es culpable de ser. La posibilidad de actuar advendrá en la medida en la que Hamlet haga el duelo y ubique la perdida de tal posición.
Para Lacan, Hamlet representa la tragedia del deseo en virtud de los duelos que se encuentran suprimidos. El drama en el protagonista viene dado la dificultad en la asunción de la falta. La encarnación del falo real impide a Hamlet acceder al decurso del deseo. Este falo real es primero el padre a quien ensalza y sostiene, posteriormente ese lugar es ocupado por Claudio, a quien no consigue asesinar. Tras la muerte del padre, Claudio ocupa el lugar del padre imaginario, aquel que se muestra como potente, encarnando el falo real que satisfacería a la madre. Hamlet se detiene siempre ante la posibilidad de barrar ese falo real, de lo cual es paradigma una escena en la que aún pudiendo asesinar a Claudio mientras este rezaba por sus culpas, el acto no se lleva a cabo. El drama de Hamlet viene dado a su vez, por una madre que, al elidir el duelo, no permite al protagonista a acceder al espacio del deseo.
Asimismo, por las dificultades de una padre que manifiesta saber justo en el lugar en el que el Otro carece de un significante. Así Hamlet es ubicado en una dialéctica en la cual toda la ley de la significación proviene del Otro, sin que él pueda separarse y construir algo propio. Tal como lo plantea Lacan, el resultado es nulo: la tarea resulta repulsiva para Hamlet en la medida en que lo confronta con su deseo corrompido, ligado de manera incestuosa al deseo de la madre.
Para finalizar es interesante rescatar la siguiente cita de Lacan, en donde las dificultades la operatoria del Nombre del Padre producen como efecto la no distancia, no separación con el Otro, que no deja lugar a la falta, coordenada necesaria en el terreno del deseo.
La comedia está más allá de ese pudor. La tragedia termina con el nombre del héroe, y con la total identificación del héroe. Hamlet es Hamlet, es tal nombre. Es incluso porque su padre era ya Hamlet que al fin de cuentas todo se resuelve ahí, a saber, que Hamlet está definitivamente abolido en su deseo. Creo haber dicho al respecto bastante ahora con Hamlet. (Lacan, 1958-1959, p. 9)
Ya en El seminario VIII La transferencia (1960-1961) realiza un análisis de la Trilogía de P. Claudel en donde aborda la temática del padre humillado, que había sido referenciada ya en El mito individual del neurótico (1953). También referencia la obra de Claudel, en la única clase dictada en 1963 de El seminario Los Nombre del Padre. En ella dirá que, esta trilogía es fundamental a la hora de comprender la temática del padre humillado. La Trilogía de P. Claudel, se compone de El rehén (1909), El pan duro (1914) y El padre humillado (1916). Las mismas, no se encuentran traducidas al español, por lo que servirá para la lectura, el texto las Notas sobre la Trilogía de Paul Claudel, publicado en NODVS VI por Briole (2003) en donde se disponen de manera organizada las diferentes citas de la obra que
Lacan va extrayendo en su seminario. También nos apoyaremos en el desarrollo que realiza J. M. Rabáte (2007) en su libro Lacan literario: La experiencia de la letra, publicado por la editorial Siglo XXI.
Lacan comienza la clase del 3 de mayo de 1961 explicando uno de los motivos que lo llevaron a releer estos textos. Dice que hace mucho tiempo no había leído la trilogía de Claudel y que en verdad, lo hace a partir de la lectura de una correspondencia entre Claudel y A. Gide. Nota por un lado, que Sygne, uno de los personajes de una de las obras, remite a signo en francés, y por otro le llama la atención, que en varias cartas entre Claudel y Gide, se trata la cuestión del nombre. El autor de las obras explica que Coûfontaine debía ser escrito con mayúscula, porque así se escribirán correctamente los nombres en una obra de teatro. La cuestión era que no había U mayúscula con acento circunflejo en la imprenta. Lacan dice que en la lengua francesa jamás fue necesaria la construcción de un acento circunflejo para una U mayúscula; no existía ni siquiera en la imprenta en ese momento en Francia. A pesar de esto, Claudel no cede de ninguna manera, y es ahí donde Lacan reconoce la función que le da a la letra. Su ausencia, da cuentas de que algo falta a nivel simbólico.
La primera obra de la trilogía referida es El rehén (1909), ambientada en la pos revolución francesa, en el momento culmine del poder napoleónico, cuando marcha a la campaña en Rusia, de la cual volverá derrotado. Entre los personajes principales se cuenta a Sygne De Coûfontaine, una joven de un poco menos de 30 años, descendiente de una familia de nobles feudales que pierde a sus padres en la guillotina en la Revolución Francesa. Lacan pone el acento en los momentos de la obra en los que Signe emite un no a la voluntad del Otro. En un primer momento del relato, Georges, primo de Sygne, le cuenta que sus dos hijos habían muerto. Es la primera vez que en este personaje se disocian las palabras y el gesto, gesto de no con la cabeza. Es un no gestual, una sublevación que toma cuerpo contradiciendo su obediencia a la voluntad divina. Sus palabras aceptan la voluntad de Dios y su gesto denota su rechazo a esa voluntad. Georges, en este primer acto, se dirigía a Sygne a declararle su amor, a lo cual ella también terminará diciendo que no. Otro momento importante de la obra se desarrolla a raíz de la entrada en escena de Toussaint de Turelure, hijo de un brujo y de la sirvienta de Sygne, al que la Revolución ha llevado a una posición de poder. Este pertenece a las tropas del Emperador y sabe que el Papa está en casa de Sygne. Pide matrimonio a Sygne, proponiendo un intercambio, ya que no puede lograr su amor: si Sygne se casa con él, él no capturaría al Papa quien se encontraba refugiado en la casa de Sygne, propuesta a la que Sygne se resiste con todas sus fuerzas. Pero un quinto personaje, el cura Babilón, hará ceder a Sygne, para salvar al representante de Dios. Así, Sygne traicionará las palabras de amor proferidas a Georges. Ya en un tercer momento, Turelure se ha erigido en una posición de mayor poder, habiendo concebido un hijo junto a su nueva mujer. En el bautismo del hijo de Sygne, ella se niega asistir. La obra cobra su desenlace cuando Turelure efectivamente mata a Georges, pero Sygne interpone su cuerpo frente a la bala que le era dirigida a Turelure y es Sygne la que es herida de muerte. Este último acto tiene propuestos dos finales, e interesa a Lacan el final en el que se ve privilegiado el no de Sygne, a perdonar a su marido y a ver a su hijo.
Habrá que esperar la tercera generación para que el no de Sygne posibilite lo que Lacan llama un bello fantasma, en la novela familiar en la clase de 24 de Mayo de 1961 de El seminario VII La transferencia (1960-1961). Lacan nota que en la obra hay una crítica al cura, quien es mostrado como vil, utilizando chantajes para lograr su cometido, presentando a su vez como avejentado e inoperante. Cabe preguntarse, ¿quién es el rehén? Este es encarnado en el personaje de Sygne, forzada por su confesor, el cura, a renunciar a su propio deseo, a renunciar a la verdadera herencia familiar. Se hace evidente así que, el Nombre del Padre en su versión carente se encuentra personificado por el sacerdote, quien no renuncia a su goce y enreda en este a Sygne, haciéndola renunciar a su deseo.
El Pan Duro (1914) comienza varios años después de la muerte de Sygne. Lacan remarca un diálogo entre Louis, hijo de Sygne y Turelure. Louis ya es un joven de veinte años que reclama a su padre dinero en un complot organizado junto con su amante Lumîr. La escena transcurre antes de la muerte del padre, donde Louis le vuelve a reclamar el dinero y comprueba el desamor de su padre. Louis no llega a disparar a su padre, pero al amenazarlo, este muere de miedo. Luego el joven se casa con Sichel, amante de su padre, recreando una clásica escena edípica.
Por último, El padre humillado (1916) transcurre 20 años después y está ambientada en Roma. La obra tendrá como protagonista a Pensée, hija de Sichel, quien se caracteriza por su belleza y ceguera. Se enamora de un hombre llamado Orian de Homodarmes quien se presenta como ambivalente respecto del amor de Pensée. Ambos conciben un hijo, pero él muere pronto en la guerra. Antes de morir envió una carta a Pensée encomendando por un lado que viva y por el otro, que se case con su hermano Orso, quien siempre estuvo enamorado de ella. Pensée acepta vivir por su hijo, pero se niega a casarse con Orso. Lacan resaltará que Pensée es el verdadero sujeto de deseo de estas tres generaciones, y que esta posición es lograda gracias al saber al que ella le hace lugar al mirar a su abuela Sygne, quien ya había sacrificado su deseo por Otro. Será en esta obra, ante la posibilidad de la protagonista de anudar un saber que devenía de otras generaciones, a una verdad, lo que le permite que esta cambie un punto estructural en la trama familiar; la relación ante el deseo que se repetía en las anteriores generaciones.
A modo de conclusión, Lacan presenta mediante estas obras, la trama que anuda a tres generaciones en los vaivenes en la relación ante el deseo. Los padres que aparecen en la obra, están presentificados en posición de rehenes de sus goces, haciendo a su vez, a los hijos prisioneros de esos goces. Será solo en el caso de Pensée ante la posibilidad de diferenciación de la novela familiar, ante la posibilidad de poder ubicar su deseo, que puede encontrar una salida y no quedar en posición de rehén.
Bibliografía.
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(1) Notas.
El presente artículo está basado en un extracto del siguiente trabajo:
De Simone V. (2017). La nominación en la enseñanza del psicoanálisis de J. Lacan . (Tesis de Maestría en Psicoanálisis) Universidad Nacional de Rosario, Facultad de Psicología.